Buenas noches a todos los amantes de la literatura pasados, presentes y futuros. Faltan pocos minutos para que comience la jornada más importante del año para escritores y lectores. Os felicito y me felicito en el día en que los libros inundan por derecho propio parques, calles y plazas, entre el intenso tráfico urbano y la curiosidad de los transeúntes que, año tras año, con o sin crisis económica, se siguen acercando a las ferias que muchas ciudades de España y de Europa celebran en estos días del equinoccio de primavera, de climatología incierta, como lo es el futuro de los libros y de todas las manifestaciones culturales.
El 23 de abril se celebra en todo el mundo el día del libro internacional, porque en la misma fecha, ¡ ya es casualidad !, de 1616 fallecían a la vez Shakespeare y Cervantes. Y un 23 de abril de otros años alternativos nacían o morían un elenco de escritores eminentes. Por este motivo, la Conferencia General de la UNESCO escogió esta simbólica fecha para rendir homenaje mundial al libro y sus autores y alentar a todos, en especial a niños y jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y valorar como se merece la irremplazable contribución de escritores, poetas, cronistas, cuentistas, novelistas y ensayistas al progreso social y cultural de la Humanidad.
En España, la idea original de esta celebración partió del escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, quien propuso la iniciativa a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona. Poco después,en 1930, se instauraba definitivamente el 23 de abril como Día del Libro mundial, coincidiendo con la festividad de Sant Jordi, patrón de Cataluña y Aragón. Una arraigada tradición, que ha traspasado lindes y fronteras, anima a que los enamorados y personas queridas se intercambien un libro y una rosa.
Yo también nací en abril , aunque no en ese mágico día, pero quién sabe si, como los más grandes maestros de la literatura universal, el destino querrá que me asemeje a ellos, siquiera en el momento en que me toque abandonar este mundo. En cualquier caso y mientras esto ocurre, quiero regalaros una rosa alegórica y un cuento basado en un sueño de adolescente. Tal vez entonces ya enraizaba con fuerza en mí la semilla de una escritora en ciernes. La vida, tan generosa como caprichosa algunas veces, me concedió este don que quiero compartir con vosotros, porque, a estas alturas de la vida, ya no me cabe la menor duda: necesito escribir más que al aire que respiro.
Espero que disfrutéis de la historia que os voy a contar, que quiere ser un homenaje al hombre que me hizo amar los libros... mi padre, a quien recuerdo con una punzada de dolor cada vez que me siento delante del ordenador. Nunca pudo leer nada escrito por su hija, porque el destino, tantas veces lacerante y cruel, me lo arrebató demasiado pronto.
"... Recuerdo aquellos días de mi juventud más temprana y más intensa, en una España en la que la democracia y la libertad aún parecían una utopía inalcanzable. Una dictadura larga y cruel nos negaba mediante la censura el acceso a todo un mundo cultural y literario y, ya se sabe que lo prohibido acrecienta la curiosidad. Por eso, un buen número de universitarios con enorme inquietud, conocíamos algunos establecimientos y rastrillos donde se podían adquirir libros y publicaciones con la adrenalina que por añadidura proporcionan las conductas clandestinas. Cuando llegaba a casa con aquellos ejemplares bien escondidos, mi padre me interrogaba con la mirada y yo asentía en silencio hasta que mi madre se ausentaba y podíamos compartir y comentar aquel nuevo texto manoseado y ligeramente desencuadernado, que nos proporcionaría a ambos horas de un placer incomparable. Él sacaba sistemáticamente un billete del bolsillo, mientras me decía:
- Si compras libros, que sean siempre los mejores.
Después, me acostaba con semejante tesoro entre las manos y en cuanto lo terminaba, pasaba a formar parte de la pequeña biblioteca que permitía el reducido espacio del dormitorio de una vivienda de protección oficial.
Mi hermano, que siempre tuvo la habilidad de pillar todas las enfermedades infantiles y las viriasis juveniles, me contagió una potente hepatitis que me postró en cama durante tres largos meses. Mi único consuelo en aquellos interminables días eran la radio y los libros de aquella minúscula estantería, con la que me golpeaba la cabeza cada vez que me incorporaba en la cama sin las debidas precauciones. Tenía mucha fiebre y desperté, en mitad de la noche, empapada en sudor, con el corazón desbocado y el horror pintado en mi macilento rostro. Mi padre entró en la habitación precipitadamente:
- Hija ¿qué ocurre? ¿por qué gritas?¡Esta niña está ardiendo!
- ¡Qué susto, papá! Los libros no estaban. Habían desaparecido. La policía los encontró y se los llevó para quemarlos. Yo quería comprar más; cogí todo el dinero que tenía y salí corriendo a la calle a buscar las librerías que conocía. Pero tampoco existían. Una, un supermercado, otra, una cafetería; el rastrillo, un puesto de fruta y verdura. Recorrí todas las calles y acabé perdiéndome. Y, por fin, la vi. Una tienda vieja y ruinosa, cuyos cristales del escaparate destrozados permitían la visión de un solo ejemplar, cuyo título impreso en gruesas letras negras sentenciaba sin contemplaciones: "Un mundo sin libros". Entonces desperté.
Muchas fueron las veces que mi padre y yo recordamos juntos aquel mal sueño, que ha quedado grabado en mi memoria con la osadía de las vivencias más determinantes de la vida. Él fue quien me enseñó a leer, cuando sólo contaba cinco años, pero no sólo a deletrear, sino a vivir con intensidad las historias más maravillosas jamás contadas.
Escribo porque otros han escrito. Escribo, luego existo y mi existencia es la suma de lo leído. ¿Cómo imaginar un mundo sin libros? Las ciudades y los pueblos no existirían si alguien no los hubiera escrito. París no sería París sin los versos de Verlaine y Madrid apenas sería una sombra si Galdós no hubiese trazado la arquitectura de su alma, en páginas escritas. Un mundo sin libros sería un mundo olvidado de sí mismo y para que yo, Mª Ángeles López de Celis, pese sobre el suelo que piso han sido necesarios muchos libros. Imaginemos el infierno como un mundo en el que todo lo escrito desapareciese al paso de una ola aniquiladora sobre la arena de una paradisíaca playa, que se llevase al mismo tiempo nuestros sueños, nuestra memoria y nuestra alma. No puedo concebir peor maldición.
Hoy mi padre ya no está y nunca pudo leer en vida lo que su hija escribió, pero estoy segura que, desde donde esté, dirige mi mano mientras relleno una a una tantas y tantas páginas, y su espíritu, que jamás me abandonó, se empeña en sacar del mío lo mejor que llevo dentro.
Moraleja para no olvidar. Los libros: “Manténgase siempre al alcance de los niños”
Nunca he vuelto a sufrir tan infausto sueño, y hoy sé con certeza que los libros jamás desaparecerán, porque la magia de la literatura propicia una simbiosis perfecta entre autor y lector... Y esos lazos vienen siendo indestructibles.
Preparémonos para vivir un año más la fiesta de los libros, aunque para muchos de nosotros, gracias a la literatura, es fiesta todo el año.
Buenas noches y no olvidéis leer algunas páginas antes de dormir, si queréis tener felices sueños.