domingo, 16 de noviembre de 2014

Una noche con Mado Martínez



Buenas noches.

Antes de entregarme a un sueño profundo pero escueto, de esos que la autora de Neurociencia de la Felicidad califica como altamente nocivo para la salud física e intelectual, reflexiono unos minutos con los ojos cerrados y el libro de mi admirada amiga Mado Martínez, recién terminado, aún en mis manos. Lo deposito con cuidado en la mesita de noche, junto al malquisto despertador que marca, con su única aguja inmóvil, las seis de la mañana, exclusivo momento del día en el que ejercerá su infausto protagonismo. Me dispongo a apagar la luz, pero necesito mirar de nuevo la foto de la solapa que me hace sonreír. Esa en la que aparece Mado con aires de Mafalda adulta, pero igual de pícara. Y le pregunto, como si hablara con ella: ¿en verdad, existe la felicidad ? De ser cierto, ¿dónde se encuentra exactamente? Y, ¿por qué es tan esquiva con los que la buscan sin descanso durante toda la vida?




Portada del ensayo de Mado Martínez.
Soy psicóloga y, por lo
tanto, conocedora de la mayoría de las tesis y razonamientos que Mado expone en esta guía, que quiere ser una herramienta para ayudarnos a llevar una vida lo más satisfactoria posible. A pesar de ello, su lectura ha sido todo un ejercicio de repaso de lo ya aprendido que, de una forma inconsciente, vamos olvidando con el devenir de la vida, que no es ni más ni menos que un examen permanente. Muchas veces, en especial los que tenemos cierta edad, creemos que ya dominamos la materia y que nos lo sabemos todo, aunque solo sea porque nuestra vida ha sido más larga que la de otros, quien más y quien menos ha tenido que luchar y abrirse camino en esta jungla social y laboral, pero, sobre todo, porque las experiencias amargas se nos fueron incrustando debajo de la piel, para convertirse en nuestras inseparables compañeras el resto de nuestra existencia. Pero, mira tú por donde, lo que suele suceder es que nos sabemos la teoría, pero la práctica parece ir por un camino paralelo que nunca converge. Y, un día, sin más, caemos en la cuenta de que estamos suspendiendo estrepitosamente. Incluso, en el hipotético caso de que no fuera así, y progresáramos adecuadamente, no está de más perseguir la excelencia, máximo estadio de la ilustración, la pericia y la sapiencia, tan de moda en la actualidad. Y para ser excelentes, Mado nos facilita una serie de normas básicas y prácticas que nos harán la vida más fácil y dejaremos de ser hombres y mujeres tóxicos para nosotros mismos y para los que nos rodean.


En cualquier caso, lo más interesante para mí ha sido la vertiente social de las teorías de Mado, dadas las encrucijadas sociales y políticas en las que nos han colocado los tiempos líquidos y convulsos que este principio del siglo XXI nos tenía reservados como ciudadanos. Lo que vale a nivel individual es extrapolable a lo colectivo, porque los granos no hacen graneros, pero la idiosincrasia de los graneros conforma la personalidad de cada grano. Es interesantísimo el análisis de las reacciones colectivas y la confirmación de la necesidad de unos cambios socialmente revolucionarios. Aprovecho la ocasión para llamar la atención de la autora sobre la conveniencia de profundizar en el tema y contar con una guía que nos ayude a conducirnos en este terreno.

Mado cuenta con una inteligencia espiritual y un corazón muy bien amueblado, y el rigor científico es seña de identidad de la autora que, en este caso, descansa sobre sus propias vivencias y conclusiones, así como en los testimonios de personalidades del mundo de la Psicología y la Medicina que tienen mucho que decir al respecto. Me ha encantado descubrir que tenemos amigos en común, como el hipnotista Ángel Mateo, cuya experiencia personal linda con lo milagroso, o libros de cabecera que han tenido cierta trascendencia en nuestra vida y nos ayudaron a resolver enigmas y jeroglíficos trastornadores de nuestra conducta en momentos puntuales, como Tus zonas erróneas, de Wayne W. Dyer. Las páginas de mi ejemplar están escritas, marcadas, subrayadas, arrugadas... El volumen aparece arqueado, desencuadernado y muy deteriorado, pero me ha sido tan útil, que yo también lo recomiendo con mucho entusiasmo.


Aprovecho para incidir en algunas de las tesis de Mado, que me parecen más relevantes.
En primer lugar, un sabio consejo: conócete a ti mismo, aforismo griego atribuido a Sócrates. Y yo añado, y te querrás mucho más. 
En segundo término, ojo con la sugestión y su ilimitado poder. Tanto para bien como para mal.
Cuidado con los altísimos niveles de estrés, que soportamos la mayoría, porque como dice Mado, la mente está distribuida por todo el cuerpo y, más temprano que tarde, sus consecuencias negativas se harán sentir.


La gente quiere ser feliz, de eso no cabe duda. Pero entendiendo por felicidad un estado de armonía interna y un sentimiento de bienestar que perdure en el tiempo, o sea, en plan oriental, y no como un pico de alegría y satisfacción pasajero, que es la forma en la que generalmente percibimos la felicidad en Occidente. Como ejemplo, muy gráfico por cierto, me viene a la memoria la imagen de una de nuestras más ilustres escritoras, Ana María Matute, el día en que recibió la noticia de la concesión del Premio Cervantes de las Letras. Era emocionante verla gritar "Soy feliz, inmensamente feliz" mientras su entusiasmo la hacía levantarse de su silla de ruedas. Una mujer que sufrió, entre otros, un episodio de depresión que le duró casi veinte años, durante los cuales no fue capaz de escribir una sola línea. ¡¡¡ T e r r i b l e !!!



Bueno, amigos, sean valientes y afronten sus miedos, fantasmas y frustraciones y para ello compren este libro, ya que no solo se ayudarán a sí mismos, sino que también ayudarán a la divulgadora Mado Martínez, porque, por si no lo saben, gastar el dinero en beneficio de otros aporta enormes dosis de felicidad. Bromas aparte, no dejen de buscarla y persigan sus sueños, porque sin sueños no somos nada.



Felicidad... es Mado !!!

Buenas noches, que se me hace tarde.










jueves, 31 de julio de 2014

Una reflexión nocturna desde la Cochinchina

Como todo el mundo sabe, cuando queremos referirnos a algo que está realmente muy lejos o enfatizar sobre distancias tan dilatadas que los adverbios al uso se quedan cortos, recurrimos a la Cochinchina. Pero, ¿realmente existe ese lugar? Existe. Y geográficamente se sitúa en Vietnam. Comprende la ciudad de Saigón, hoy Hoh Chi Minh, y la región del delta del río Mekong,  Su nombre, Cochín, se lo pusieron sus antiguos gobernantes chinos y significa literalmente "colinas de huellas cruzadas". Pero, ¿por qué los españoles citamos ese remoto e indefinido emplazamiento, cuando la mayoría no sabemos siquiera ubicarlo? Pues esta es la historia.

A mediados del siglo XIX, tras el asesinato masivo de misioneros españoles y franceses que evangelizaban la zona, los gobiernos de ambas naciones decidieron enviar una expedición mixta de castigo contra los lugareños. La campaña duró cuatro años y el terreno conquistado, con Saigón como su principal baluarte, pasó a formar parte de Francia. España, a pesar de aquel esfuerzo humano y económico, no sacó ni una sola ventaja, conformándose con que la región fuera cristianizada como es debido. Quizá es por eso que el imaginario popular identifica aquel lugar, lejano y extraño, como una quimera que nada nos reportó.


Bueno, pues una vez situados, comencemos  esta breve crónica turística y aventurera, que no tiene más objetivo que transmitir algunas sensaciones personales tras el descubrimiento de un hermoso país, interesante y placentero.

Tras un larguísimo periplo, lo primero que el viajero percibe al aterrizar en cualquier punto de la geografía vietnamita, son los manifiestos efectos de un clima tropical, especialmente acentuado en esta época del año. Altas temperaturas, rozando los 35º, con unos niveles de humedad cercanos al 90%, convierten el ambiente en una sauna permanente, que no distingue entre sol y sombra, día o noche, y dificultando a veces el simple mecanismo inconsciente de respirar. Bien es verdad que la incomodidad de la transpiración constante tiene como contrapartida la garantía de un regreso a España con la piel suave como la de un bebé y un organismo libre de las toxinas correspondientes a los últimos diez años. Y cuando el monzón descarga, que suele hacerlo una o dos veces en el día, la sensación de calor aumenta, comprobando con estupor cómo hierve literalmente el agua de los charcos, a la vez que el vapor ascendente parece salir por las puntas del  propio cabello, que permanecerá encrespado e indomable hasta la vuelta a España..
La República Socialista de Vietnam, con noventa millones de habitantes, es el país más oriental de la península de Indochina. Tiene forma de S, más ancho en los extremos y muy estrecho en el centro, y su extensión es ligeramente inferior a Alemania. Linda con Camboya, China y Laos, y su larguísima costa meridional, bañada por el mar de China, cuenta hoy con lujosos resorts y complejos hoteleros para que el turismo de alto nivel europeo y americano disfrute de sus magníficas playas.


En Vietnam, la sonrisa de hombres, mujeres y niños, su exquisito trato y su extremada amabilidad con el visitante nos acompañará mientras dure la estancia y la biodiversidad de la región, de una belleza indescriptible, grabará en la retina y en nuestra cámara fotográfica paisajes únicos y extraordinarios. Panorámicas de inusitada belleza y rostros amables y complacientes, serán la combinación perfecta para recomendar una visita al país de los campos de arroz cuando, ya de regreso, nos pregunten amigos y conocidos.

Y si llamativos y sorprendentes son sus paisajes, ya verán cuando se sienten a comer. Una mesa vietnamita es un mosaico de piezas y colores. Mantelitos, lienzos, paños y tapetes. Docenas de platitos, tacitas, cuenquitos, recipientes, palillos, cucharones, salsas multicolores, sabores intensos, especias aromáticas acompañarán un menú que invariablemente se compondrá de seis o siete platos diferentes que, empezando por la pho, sopa tradicional vietnamita de tallarines de arroz, discurrirá por una gama de especialidades culinarias orientales de amplio espectro: verduras, brotes, pollo, carnes y pescados, en moderadas cantidades, hasta llegar a los postres, un lujo asiático de frutas tropicales y exóticas que se convierten para los occidentales en las reinas de la mesa.

Me gusta Vietnam y me gustan los vietnamitas y su forma de afrontar las adversidades de la vida. No son ateos, ni descreídos, pero atesoran un sentido práctico de la existencia que a mí me resulta fascinante. Su filosofía, basada en el budismo, confucionismo, taoísmo o cualquier otra versión de los transcendentalismos orientales prescinde de divinidades, dogmas ni mandamientos. Cuando un viet se siente agobiado, preocupado, tiene una pena o una inquietud, se encomienda a sus antepasados, en la seguridad de que velarán por el bienestar de su familia y, si me apuras, en última instancia colocará su destino en manos de Hoh Chi Minh, que para eso es el padre de la patria y el artífice de la libertad y la independencia del país.

El idioma es extremadamente complicado, con unos signos y reglas de acentuación que determinan el significado de las palabras, en función de su fonética y pronunciación. Curiosamente, Vietnam es el único lugar del mundo en el que es imposible decir "Yo te amo", porque el vietnamita coloquial no dispone de palabras para decir "Yo" y "Tu". La gente se habla entre sí de acuerdo con las relaciones que establecen su edad y parentesco. De ahí, la obsesión de todo vietnamita por preguntar la edad a las personas que acaba de conocer. Es sencillamente necesario para poder utilizar el pronombre adecuado y tratar a cada cual con el debido respeto.



Después de comprobar el durísimo castigo físico que supone para los campesinos vietnamitas el cultivo del arroz, no acierto a entender su bajo precio. A partir de hoy, valoraré con mucho más convencimiento este alimento básico también de la cocina española, con el que se prepara la p a e l l a, uno de nuestros platos estrella, conocido en el mundo entero. Más del sesenta por ciento de la población de Vietnam se dedica al cultivo del arroz y, aunque las técnicas de producción agrícola han experimentado un desarrollo espectacular, la mayor parte de las fases del proceso de elaboración se realiza a mano. En cualquier caso, impresiona la contemplación constante de los cultivos en terraza o las kilométricas llanuras de arroz, salpicadas por multitud de tumbas a modo de minipagodas, en las que descansan los restos mortales de cuantos dedicaron su vida entera al cultivo de este producto básico en la alimentación autóctona.
 Y la guerra !!!! Sus huellas están presentes en todo Vietnam, pero su presencia aumenta cuanto más avanzamos hacia el sur. El Mekong y su delta de nueve brazos, es fuente inagotable de riqueza y el escenario cinematográfico que el visitante espera encontrar mientras avanza en kayak por sus canales y manglares. Recorriendo esta selva que se convirtió en un campo de batalla incontrolable para las tropas americanas, se comprueba como en la mayoría de los casos David vence a Goliath tan solo por la subestimación del enemigo. Infraestructuras de túneles y galerías subterráneas excavados por todo el país, ahora forman parte de las atracciones más demandadas por los turistas, contribuyendo igualmente a levantar la economía del país. Finalmente, este conflicto bélico, que traumatizó a la población estadounidense, se saldó con más de cinco millones de muertos, cientos de miles de lisiados y devastadores efectos sobre el país como consecuencia del gas naranja y, por supuesto, con la unificación de las dos Vietnam en la República Democrática de Vietnam, de régimen comunista, tal y como hoy está concebida.  Es curioso, pero los vietnamitas hablan de la guerra con horror, pero no con rencor.

En fin, hemos llegado al final del viaje, y diecisiete horas de vuelo dan para pensar en deducciones, resultados y conclusiones. Vietnam es un país ideal para pasar unas inolvidables vacaciones. Tiene de todo: bellísimos paisajes, imponentes montañas, ríos de inmenso caudal, campos de arroz color esmeralda, ciudades cosmopolitas y playas paradisíacas. Es el escenario perfecto para combinar el turismo y el descanso. Los vietnamitas son gente amable y relajada, que se esfuerza lo indecible para comunicarse con sus visitantes y obsequiarles con todos los encantos que ofrece su país. Si uno se mezcla con ellos descubrirá la fuerza de un enigma que mantiene tradiciones ancestrales en una nación que se va abriendo gradualmente al mundo moderno, gracias en gran medida a la influencia del turismo... ¿Y yo? ¿Realmente he aprendido algo? Estos hombres con talla de niños y estas mujeres menudas y delicadas que se visten con los más bellos y femeninos trajes de seda, me han enseñado el valor de la humildad y la sencillez. A relativizar la importancia de las cosas, a quejarme menos y a apreciar lo que tengo. A intentar que el cáncer de la crisis económica y la falta de motivación personal o profesional no me destruyan como ser humano, una vez de vuelta a la realidad política y social del mundo occidental en el que vivo.

Vietnam se encuentra en plena transformación económica y cultural y avanza al ritmo que lo hacen los países emergentes, es decir, a gran velocidad. Lamentablemente los cambios traerán progreso, pero muchos aspectos valiosos y atractivos se perderán para siempre. ¡¡¡ Visiten V i e t n a m y apresúrense antes de que se convierta en otro gigante asiático !!!

Desde mi atalaya madrileña y la in-seguridad de mi mundo desarrollado, me despido en esta noche de verano, en la que el cielo añil y estrellado de la capital de España me ayudará a conciliar un sueño apacible y reparador.

Buenas noches Hanoi, Halong, Sapa, Hué, Hoi An, Da Nang, Mui Ne, Mekong y Saigón.


martes, 25 de marzo de 2014

La noche en que se apagó el faro de la Transición.


         No sé si todos somos iguales ante la ley, pero sí lo somos ante la muerte, que no por esperada es menos lacerante. Hay pérdidas que se asumen colectivamente, lo que mitiga el desconsuelo, y otras que pertenecen a nuestro entorno más cercano; por tanto, su efecto devastador es aún mayor y su quebranto probablemente imposible de restañar. Hoy, los españoles hemos perdido a Adolfo Suárez, pero mi pérdida es doble, porque no solo se ha apagado el faro de la Transición, sino que se desvanece una referencia importante en mi vida, y siento en mi interior la exclusividad del dolor intransferible que produce.
 
         Han pasado treinta y cinco años y recuerdo, como si fuera ayer, mi primer encuentro con el Presidente del Gobierno, recién llegada al Palacio de la Moncloa para trabajar en su staff más cercano, en una España que empezaba a despertar del interminable letargo de una dictadura de cuatro décadas y con todo por hacer. Él tenía un aspecto exultante, satisfecho, feliz. 1978 tocaba a su fin, y faltaban muy pocos días para el referéndum de la Constitución, que se preveía exitoso. Le debí parecer muy joven; claro, sólo tenía veintiún años. Cogiéndome por los codos, como a él le gustaba hacer, su cálida mirada me dio la bienvenida y unas breves frases fueron suficientes para hacerme entender la trascendencia de la misión que entre todos íbamos a llevar a cabo. Formábamos parte del mismo equipo y cada uno, desde su cometido, sería pieza clave para llevar a buen puerto ese proyecto común. A partir de ese momento tuve la sensación, durante los casi cuatro años que trabajé para él, de que decía la verdad, porque ningún otro Presidente nos involucró tan directamente en el quehacer político, ni jamás nadie nos agradeció tanto nuestro esfuerzo y lealtad hacia él y hacia España.

Adolfo Suárez en su despacho

          A finales de los setenta, la Presidencia del Gobierno era una estructura muy simple, con escasos medios y pocos trabajadores. Convivíamos bajo el mismo techo de ese Palacio tan destartalado como poco acogedor, consiguiendo entre todos una armonía casi perfecta entre la vida familiar y laboral, teniendo en cuenta que solo nos separaba una planta del edificio. Utilizábamos la misma puerta para entrar y salir, por lo que era habitual coincidir con los chicos que llegaban del colegio, a la vez que con la audiencia que estaba prevista para un poco más tarde y se había adelantado, o con los representantes de alguna asociación gitana que venían a entrevistarse con doña Amparo Illana. No era raro que el Presidente compartiera charla y café con nosotros algún que otro día, nos preguntara por nuestras familias y actividades fuera del trabajo y se interesara por opiniones y sugerencias alternativas a su entorno habitual. Él era así, pura sencillez y cercanía. Siempre tenía una sonrisa y una palabra amable para todos y, en más de una ocasión, contestaba al teléfono si sonaba y no había nadie para atenderlo. Con total naturalidad, descolgaba y tomaba nota de los recados.
 
         Son muchos los recuerdos y las anécdotas que se agolpan en mi mente en estos tristes momentos, y muchas las personas que compartieron conmigo aquellos años difíciles pero apasionantes y que, como ahora Adolfo Suárez, un día se fueron y nos dejaron huérfanos. En este breve recorrido, no puedo mencionar a todas, por eso me permitiré la licencia de citar a uno solo. Un hombre que fue pieza clave en la transformación democrática de España y que se mantuvo al lado de Adolfo Suárez y de la Monarquía contra viento y marea. Un caballero español, leal sin tacha y paternal y entrañable en el trato hasta la excepcionalidad. No puede ser otro que el General Gutiérrez Mellado. Tal era la complicidad entre ambos que, cierto día, durante una conversación de escasa confidencialidad, escuché al Presidente interrogando al General sobre la situación en los cuarteles y la verdadera filiación de sus mandos, dado el malestar que a todas luces existía en el seno del Ejército, en aquella España tambaleante. El Presidente preguntaba con insistencia sobre el número exacto de auténticos militares partidarios de la democracia, que apoyaban la acción del Gobierno: Pero Manolo, dime de verdad, cuántos somos”. Y el General, levantando los hombros, contestó: “Seguros, seguros, dos, tú y yo”. Así andaban las cosas. Pocas semanas después, un intento de golpe de Estado a punto estuvo de dar al traste con las ilusiones y esperanzas de los españoles.
 
         Y harto de estar harto, un día decidió que era momento de que el barco cambiara de timonel y le consultó a su esposa: “¿Qué te parecería la noticia de mi dimisión?”. Muchas veces me han preguntado por el recuerdo de algún momento especialmente triste en tantos años de profesión, y siempre respondo sin dudar: En el capítulo del dramatismo quedan tantas jornadas terribles e interminables en que el terrorismo golpeó al Gobierno y a toda la sociedad con su carga de muerte y destrucción, pero, sin duda, el más triste a nivel personal fue el día en que dimitió Adolfo Suárez. Ni siquiera el maquillaje televisivo era capaz de disimular sus ojeras. Expresamente se nos pidió no estar presentes en la grabación del mensaje, que anteriormente habíamos transcrito entre lágrimas y suspiros, para evitar distracciones ante cualquier estallido emocional. Terminada la alocución, afloraron los sentimientos y nos abrazamos unos a otros y le abrazamos a él. El Presidente dimisionario nos daba las gracias una y otra vez y nos pedía la misma colaboración con el Presidente siguiente.

      La vida le golpeó duramente con la pérdida de su esposa y de su hija mayor demasiado pronto y con una cruel enfermedad degenerativa, que lo mantuvo durante años perdido en la nebulosa del olvido y el extravío. Pero los que conservamos intacta nuestra memoria no podemos dejar de rendirle el más profundo homenaje, ese que los españoles, injustos e ingratos, le negamos cuando aún podía recibirlo y apreciarlo.
 
        Pocos gobernantes cumplen todas sus promesas, pero Adolfo Suárez nos pudo prometer y prometió un país libre, democrático y moderno, y lo cumplió. Nos proporcionó una Constitución que nos acogiera a todos como garantía de convivencia y tolerancia. Sentó las bases de un sistema económico socialmente  más equitativo y justo y allanó el camino para que, los que le siguieran en sus responsabilidades, nos integraran en Europa y en el mundo. Pero su mejor legado es, sin duda, su capacidad de ilusionar a un país entero, que dejó de mirar al pasado para caminar hacia delante, en la seguridad de que juntos podíamos hacer grandes cosas. 

     Desde esta tribuna no puedo por menos que reconocer el privilegio que me concedió la vida trabajando con un hombre como él, ejemplo de humildad y de servicio a España, cualidades de las que tanto necesita la clase política española en estos momentos. Él nos puso el listón muy alto y si su vida y su obra como estadista fueron determinantes para la historia de España, hagamos que su muerte también lo sea, recuperando los valores que hicieron posible una hazaña que admiró al mundo, y que serían muy bienvenidos en esta difícil coyuntura económica y social por la que atravesamos.

         Desde aquí, emocionada y afligida, solo me resta decir: 


¡ Descanse en paz, Presidente Suárez !  


     Hoy es uno de esos días en que necesitamos ese descanso reparador que nos proporcionan unas horas de sueño, tras las jornadas de especial intensidad emocional.

          Buenas noches.
          



        
        


martes, 18 de marzo de 2014

La noche en que conocí a Albert Rivera

Buenas noches a todos los que, como yo, mantienen viva  la esperanza en que una España mejor aún es posible, un país que resurja, cual ave Fénix, de las cenizas del escepticismo y el descreimiento.

Pero una sociedad que se reinventa necesita protagonistas inéditos, gestores insólitos y líderes de nuevo cuño, para sacar a los ciudadanos del letargo en el que nos han sumido el desencanto y la negatividad, derivados sin remedio de una situación económica y social de crisis sin precedentes, circunstancia a la que se añade la incapacidad palmaria de una clase política que hace tiempo se quedó sin respuestas a las demandas de los nuevos tiempos.

¿Pero dónde encontrar esos nuevos jefes para la manada? Pues la verdad es que no sé de qué fuente beber, pero sí sé dónde el caño se secó y el manantial no volverá a manar. Enfrascada en mis circunloquios estaba, cuando hete aquí que se celebra el  Debate sobre el Estado de la Nación 2014. Probablemente, el más vacuo y con menos interés que puedo recordar. Cifras irreales, balances positivos con los pies de barro, planes de futuro que no van más allá del mes que viene, ausencia de alternativas, cero propuestas, mociones que se votan bajo los miopes parámetros de la disciplina de partido. Aún recuerdo aquellas sesiones parlamentarias en las que la ciudadanía seguía con pasión cuanto sucedía en el hemiciclo, ese anfiteatro cuya composición actual en el noventa por ciento de los casos pertenece a mi generación o a la anterior. Y si Sus Señorías no han sido capaces de hacer lo más perentorio que no es ni más ni menos que un gran pacto de Estado para sacar al país adelante, como demandan las excepcionales circunstancias que vivimos, ¿en qué cabeza cabe que los mismos perros vayan a ser capaces de conseguirlo, con solo cambiar el collar de las consignas electorales? Sólo un necio lo creería...

Y yo les digo a ustedes, señores parlamentarios, responsables del quehacer legislativo que rige las vidas y las haciendas de los ciudadanos: los españoles que nacimos durante el franquismo, ya cumplimos con la misión que nos fue encomendada, ni más ni menos que dirigir la Transición democrática, y guiar los primeros pasos de la nueva España dentro del marco que nos proporcionaba la Constitución. Y lo hicimos razonablemente bien. Pero andando el tiempo y las décadas, el sistema tiene los mismos achaques que nosotros, así que necesitamos hacer reformas, enmendar planas y reajustar modelos. O sea, España pide a gritos un plan Renove en toda regla.

Y también me dirijo a ustedes, ciudadanos votantes para decirles: NO se instalen en el ateísmo político. Todos los españoles mayores de edad tenemos la potestad soberana de dar un volantazo a esta deriva sin rumbo que parece haberse apoderado de la vida política de nuestro país en los momentos más difíciles. Aún hay esperanza, todavía se puede. En nuestra mano está la capacidad de cambiar las cosas, entre todos, juntos, unidos, remando en la misma dirección, pero con nuevos dirigentes, savia fresca y soluciones a estrenar. Gente virgen en el ruedo político, sin hipotecas, gravámenes ni arbitrios. Con las manos limpias, los bolsillos vacíos y el entusiasmo del que se despoja de la ambición personal para convertirse en servidor público.

... Y me entero de que está en Madrid Albert Rivera. Y dispongo del tiempo justo para ir a escucharle.

El Círculo de Bellas Artes era un hervidero de personajes mediáticos, de reporteros cargados con sus cámaras y micrófonos y de espectadores anónimos que, como yo, sentíamos una enorme curiosidad por ver la puesta en escena de este gurú del colectivismo... Y entonces me encontré con él, cara a cara.

Como muchos de ustedes saben, he vivido el mundo de la política de alto standing desde muy joven y muchas son las conclusiones que he plasmado en mis libros, tras más de treinta años de servicio público. A mi edad y en estas circunstancias pensaba, honradamente, que ya no me sería fácil volverme a "enamorar" de un candidato. No podía creer que alguien fuera capaz de hacerme sentir de nuevo las mariposas del subidón político en el estómago.


No hablamos de un mitin, ni de la presentación de un libro al uso, porque el acto se convirtió en un encuentro entre ciudadanos. Poco después de las breves intervenciones de las dos presentadoras que flanqueaban al político-escritor, la directora de la editorial Espasa, Ana Rosa Semprún y la periodista, Ana Rosa Quintana, los asistentes comenzaron el turno de preguntas que abarcaron todos los aspectos que actualmente preocupan a los ciudadanos. Todo el mundo quería participar y las respuestas de Rivera eran directas, claras y contundentes. Nada de subterfugios, de evasivas ni perífrasis. ¡¡¡ Clarito, como el agua !!! Y, como no podía ser de otra manera, fue ganándose poco a poco a la audiencia, que aplaudía sus intervenciones, mientras nos frotábamos los ojos cuestionándonos si era verdad lo que vivíamos o se trataba de algún tipo de ensoñación colectiva.


No es el objetivo de esta reflexión desgranar exhaustivamente el ideario político de Albert Rivera y su activismo, que cualquiera puede consultar en Internet, en redes sociales o comprando su libro "Juntos podemos". De lo que se trata es de llamar su atención respecto de la diferencia que existe entre este movimiento ciudadano y los partidos políticos tradicionales, en los que es muy difícil que podamos depositar de nuevo nuestra confianza en futuras convocatorias electorales. Así que, desencantados y sin alternativas, complicada encrucijada la que se nos presenta a los que nos regimos por la máxima de hacer uso de la prerrogativa democrática del voto, pase lo que pase y pese a quien le pese.

Albert Rivera es un "revolucionario" políticamente correcto, un "emprendedor" de la política, joven aunque sobradamente preparado, que habla inglés (¡por fin!), que se expresa en el idioma que entendemos todos y cuyo proyecto, probablemente, sea el más ilusionante desde el 15-M. Y alguien me comenta: "Seguro que luego, cuando llegue al poder, se volverá como todos, ciego, sordo y prepotente..." Y respondo: " Hombre, que las cosas hayan sido así, no quiere decir que tengan que serlo siempre ". Yo me inclino, decididamente, por abrir paso a la generación de la esperanza y que nadie me prive de la oportunidad de  I L U S I O N A R M E, que para desilusionarme tiempo tengo.

Deseo a Albert Rivera y a su Movimiento mucho acierto en una andadura política con otros fondos y distintas formas, de las que tan necesitados estamos los españoles del siglo XXI.


¡¡¡  Tal vez hoy empecemos a ver esa luz al final del túnel que tanto se está haciendo de rogar  !!!!
Deseo a todos los que compartimos este espacio de reflexión y análisis BUENAS Y ESPERANZADORAS NOCHES.