lunes, 22 de abril de 2013

Un mal sueño en la noche de los libros


Buenas noches a todos los amantes de la literatura pasados, presentes y futuros. Faltan pocos minutos para que comience la jornada más importante del año para escritores y lectores. Os felicito y me felicito en el día en que los libros inundan por derecho propio parques, calles y plazas, entre el intenso tráfico urbano y la curiosidad de los transeúntes que, año tras año, con o sin crisis económica, se siguen acercando a las ferias que muchas ciudades de España y de Europa celebran en estos días del equinoccio de primavera, de climatología incierta, como lo es el futuro de los libros y de todas las manifestaciones culturales. 

El 23 de abril se celebra en todo el mundo el día del libro internacional, porque en la misma fecha, ¡ ya es casualidad !, de 1616 fallecían a la vez Shakespeare y Cervantes. Y un 23 de abril de otros años alternativos nacían o morían un elenco de escritores eminentes. Por este motivo, la Conferencia General de la UNESCO escogió esta simbólica fecha para rendir homenaje mundial al libro y sus autores y alentar a todos, en especial a niños y jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y valorar como se merece la irremplazable contribución de escritores, poetas, cronistas, cuentistas, novelistas y ensayistas al progreso social y cultural de la Humanidad.

En España, la idea original de esta celebración partió del escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, quien propuso la iniciativa a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona. Poco después,en 1930, se instauraba definitivamente el 23 de abril como Día del Libro mundial, coincidiendo con la festividad de Sant Jordi, patrón de Cataluña y Aragón. Una arraigada tradición, que ha traspasado lindes y fronteras, anima a que los enamorados y personas queridas se intercambien un libro y una rosa.

El día del libro.

Yo también nací en abril , aunque no en ese mágico día, pero quién sabe si, como los más grandes maestros de la literatura universal, el destino querrá que me asemeje a ellos, siquiera en el momento en que me toque abandonar este mundo. En cualquier caso y mientras esto ocurre, quiero regalaros una rosa alegórica y un cuento basado en un sueño de adolescente. Tal vez entonces ya enraizaba con fuerza en mí la semilla de una escritora en ciernes. La vida, tan generosa como caprichosa algunas veces, me concedió este don que quiero compartir con vosotros, porque, a estas alturas de la vida, ya no me cabe la menor duda: necesito escribir más que al aire que respiro.

Espero que disfrutéis de la historia que os voy a contar, que quiere ser un homenaje al hombre que me hizo amar los libros... mi padre, a quien recuerdo con una punzada de dolor cada vez que me siento delante del ordenador. Nunca pudo leer nada escrito por su hija, porque el destino, tantas veces lacerante y cruel, me lo arrebató demasiado pronto.

     "... Recuerdo aquellos días de mi juventud más temprana y más intensa, en una España en la que la democracia y la libertad aún parecían una utopía inalcanzable. Una dictadura larga y cruel nos negaba mediante la censura el acceso a todo un mundo cultural y literario y, ya se sabe que lo prohibido acrecienta la curiosidad. Por eso, un buen número de universitarios con enorme inquietud, conocíamos algunos establecimientos y rastrillos donde se podían adquirir libros y publicaciones con la adrenalina que por añadidura proporcionan las conductas clandestinas. Cuando llegaba a casa con aquellos ejemplares bien escondidos, mi padre me interrogaba con la mirada y yo asentía en silencio hasta que mi madre se ausentaba y podíamos compartir y comentar aquel nuevo texto manoseado y ligeramente desencuadernado, que nos proporcionaría a ambos horas de un placer incomparable. Él sacaba sistemáticamente un billete del bolsillo, mientras me decía:
- Si compras libros, que sean siempre los mejores.
Después, me acostaba con semejante tesoro entre las manos y en cuanto lo terminaba, pasaba a formar parte de la pequeña biblioteca que permitía el reducido espacio del dormitorio de una vivienda de protección oficial.
Mi hermano, que siempre tuvo la habilidad de pillar todas las enfermedades infantiles y las viriasis juveniles, me contagió una potente hepatitis que me postró en cama durante tres largos meses. Mi único consuelo en aquellos interminables días eran la radio y los libros de aquella minúscula estantería, con la que me golpeaba la cabeza cada vez que me incorporaba en la cama sin las debidas precauciones. Tenía mucha fiebre y desperté, en mitad de la noche, empapada en sudor, con el corazón desbocado y el horror pintado en mi macilento rostro. Mi padre entró en la habitación precipitadamente:
- Hija ¿qué ocurre? ¿por qué gritas?¡Esta niña está ardiendo!
- ¡Qué susto, papá! Los libros no estaban. Habían desaparecido. La policía los encontró y se los llevó para quemarlos. Yo quería comprar más; cogí todo el dinero que tenía y salí corriendo a la calle a buscar las librerías que conocía. Pero tampoco existían. Una, un supermercado, otra, una cafetería; el rastrillo, un puesto de fruta y verdura. Recorrí todas las calles y acabé perdiéndome. Y, por fin, la vi. Una tienda vieja y ruinosa, cuyos cristales del escaparate destrozados permitían la visión de un solo ejemplar, cuyo título impreso en gruesas letras negras sentenciaba sin contemplaciones: "Un mundo sin libros". Entonces desperté.
Muchas fueron las veces que mi padre y yo recordamos juntos aquel mal sueño, que ha quedado grabado en mi memoria con la osadía de las vivencias más determinantes de la vida. Él fue quien me enseñó a leer, cuando sólo contaba cinco años, pero no sólo a deletrear, sino a vivir con intensidad las historias más maravillosas jamás contadas.
Escribo porque otros han escrito. Escribo, luego existo y mi existencia es la suma de lo leído. ¿Cómo imaginar un mundo sin libros? Las ciudades y los pueblos no existirían si alguien no los hubiera escrito. París no sería París sin los versos de Verlaine y Madrid apenas sería una sombra si Galdós no hubiese trazado la arquitectura de su alma, en páginas escritas. Un mundo sin libros sería un mundo olvidado de sí mismo y para que yo, Mª Ángeles López de Celis, pese sobre el suelo que piso han sido necesarios muchos libros. Imaginemos el infierno como un mundo en el que todo lo escrito desapareciese al paso de una ola aniquiladora sobre la arena de una paradisíaca playa, que se llevase al mismo tiempo nuestros sueños, nuestra memoria y nuestra alma. No puedo concebir peor maldición.
Hoy mi padre ya no está y nunca pudo leer en vida lo que su hija escribió, pero estoy segura que, desde donde esté, dirige mi mano mientras relleno una a una tantas y tantas páginas, y su espíritu, que jamás me abandonó, se empeña en sacar del mío lo mejor que llevo dentro.
Moraleja para no olvidar. Los libros: “Manténgase siempre al alcance de los niños”




Nunca he vuelto a sufrir tan infausto sueño, y hoy sé con certeza que los libros jamás desaparecerán, porque la magia de la literatura propicia una simbiosis perfecta entre autor y lector... Y esos  lazos vienen siendo indestructibles.

Preparémonos para vivir un año más la fiesta de los libros, aunque para muchos de nosotros, gracias a la literatura, es fiesta todo el año.

Buenas noches y no olvidéis leer algunas páginas antes de dormir, si queréis tener felices sueños.






jueves, 4 de abril de 2013

ERE que ERE, la noche de Mercedes.




Buenas noches a todos.

Supone un gran placer retomar mi actividad como bloggera, tras una temporada alejada de tan añorado espacio personal e intransferible, por razones totalmente ajenas a mi voluntad. Es una cuestión de incapacidad manifiesta para sacar a las veinticuatro horas que indefectiblemente tiene cada día más rentabilidad de la que mis facultades físicas e intelectuales me permiten. ¡Ojalá la cadencia temporal acompasada sea finalmente la tónica habitual que reine en este ámbito en el futuro inmediato! 

Y quién mejor para protagonizar el primer capítulo de la nueva temporada que una dama especial, una hembra de los pies a la cabeza, a la que admiramos muchísimas mujeres y un buen número de hombres. Su nombre: Mercedes Alaya. Su profesión: Magistrada titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla, desde hace trece años. Su hazaña: Poner contra las cuerdas a una patulea de corruptos y sinvergüenzas, deshonestos e inmorales, politicuchos rufianes y perdularios, sindicalistas de dudosa catadura moral, testaferros indecentes y codiciosos, un atajo de primos, sobrinos y cuñados aún más granujas y fulleros que sus parientes titulares, intermediarios y agentes de mediación laboral cuya carencia absoluta de pudor y principios éticos les exhibe abiertamente atacados de una avariciasis resistente a cualquier tratamiento que no sea una temporada a la sombra. Pero como si de la Vengadora Justiciera se tratara, ahí está la togada sevillana para impartir justicia que es, en definitiva, la misión irrenunciable de todo juez.

Si la gesta la firmara un hombre, probablemente yo no estaría escribiendo esta reflexión, porque a un varón el coraje y la determinación, como el valor en el Ejército, se le suponen, pero da la casualidad que hablamos de una mujer. ¡Acabáramos ! Entonces, el terreno en el que nos movemos cambia sus parámetros por completo. Pero si encima se trata de una dama brillante, valiente, imparcial, perfeccionista y guapa a rabiar, el desconcierto es rotundo y el estupor convierte a esta dignísima señora en una rara avis más fotografiada que las habituales del papel cuché.

Un equipo de seis funcionarios espera, a las 9'30h., su llegada cada día a los juzgados del Prado de San Sebastián de Sevilla. Siempre hace su aparición sola, en taxi, y porta un trolley pesadísimo que le confiere un aire de eterna viajera, en el que transporta miles de folios que examina a caballo entre su casa y el juzgado. No habla con los periodistas, apostados cada día en la puerta de la sede procesal para dispararle sus flashes sin piedad, convirtiendo en una pasarela el breve trecho que ella recorre tan bien aderezada, con mirada ausente y andar rápido y armonioso. Impertérrita, mantiene una actitud distante y reservada, que le confiere un tono misterioso y desconcertante. Muy pocos conocen su tono de voz y menos aún la han visto sonreír. Es una trabajadora incansable, tenaz, puntillosa, nada amiga de trabajar en equipo y no se casa con nadie. Su jornada no termina nunca antes de las 20'00h. Jamás sale a tomar un café, almuerza en su propio despacho, generalmente un sándwich, y cuando acaba toma otro taxi de regreso a su domicilio. Es inquisitiva, perseverante, capaz de doblegar voluntades y de prescindir de comer y de dormir todo el tiempo que haga falta.

Mercedes Alaya es de la cosecha del 63. Nació en Écija y se licenció en Derecho en 1986. Dos años después aprobó la oposición, con el número 16 de su promoción, e ingresó en el mundo de la Judicatura con tan solo 25. Su trayectoria profesional la ha llevado desde Carmona hasta Sevilla, pasando por la malagueña Fuengirola. Tiene cuatro hijos, y el primero nació durante su etapa de estudiante universitaria, cuando apenas contaba 20 años. Su imagen es delicada y frágil, pero está resultando ser flexible como un junco y dura como el granito. No la quiebra ni la neuralgia del trigémino que padece desde hace años, dolencia que la ha tenido apartada de los juzgados durante los últimos seis meses. Esta patología, que también se conoce como la "enfermedad del suicidio", es tan dolorosa que ha llevado a muchos a quitarse la vida.

A su regreso a la arena jurídica, y en tan solo cuatro días, ha dictado órdenes de registro, detenciones y citaciones con más rapidez que John Wayne en desenfundar. Doscientos agentes a sus órdenes realizaron, en el marco de la operación Heracles, trece registros simultáneos en siete provincias y practicaron una veintena de detenciones. A mayor abundamiento, la jueza se autoimpuso cumplir con un objetivo que a bote pronto parecía imposible, dado el escasísimo margen de que disponía para interrogar a los últimos detenidos por la Guardia Civil. El plazo de setenta y dos horas que establece la ley estaba a punto de expirar. ¿Qué hacer, entonces? Fácil... Alaya decidió encerrarse veinticuatro horas dentro del juzgado con todos los inculpados y, de resultas, envió a prisión de una tacada a nueve de los veintidós arrestados. A las 15'30h. del sábado la jueza firmaba el último auto de prisión y salía de las dependencias judiciales tirando de su inseparable trolley con paso firme, gafas de sol e impecablemente vestida, aunque con cierta palidez en el rostro.

"Más le vale colaborar, yo se lo recomiendo ... (De una puñetera vez)", se le escapó a Alaya durante el primer interrogatorio de Francisco Javier Guerrero. "... Y míreme a los ojos". La magistrada estaba tensa, pero, sobre todo, enfadada. Pese a su habitual templanza, la jueza llegó a golpear la mesa con el bolígrafo. En esta ocasión se mostró dura y hasta cruel -su actitud ha llegado a motivar quejas de los acusados-, pero en el interrogatorio del sábado se mostró afable y simpática con el cerebro de la trama, ante quien desplegó todos sus encantos. Pero la conversación animada y las risitas de complicidad no impidieron que Guerrero acabara entre rejas. Así es ella. No duda en versatilizar estrategias para conseguir sus propósitos.

La misión que se le ha encomendado es titánica, pero a la jueza no le faltan arrestos ni gente que le dé ánimos. Tiene miles de seguidores en Facebook y se especula con la posilidad de proponer su candidatura a la organización de los premios príncipe de Asturias para un galardón. Firme en sus instrucciones, además de los ERE, sobre su mesa del juzgado descansan las causas de Mercasevilla y la gestión del Real Betis bajo la presidencia de Ruiz de Lopera. Y, por si alguien tiene dudas sobre su determinación y coraje, ha insistido en continuar en exclusiva con las investigaciones, sin ceder a las presiones del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que le insta a aceptar la colaboración de otros jueces con el fin de acelerar las instrucciones de estas supercausas.




En fin... Hasta aquí, los hechos. Los pocos hechos que trascienden exclusivamente  respecto del modus operandi de una administradora de justicia tan eficaz como enigmática, pero con un enigma premeditado y no alevoso. Durante los seis meses de convalecencia, su vida privada se ha mantenido tan impermeable como viene siendo habitual, con el solo objetivo de no distraer a la opinión pública, tan proclive a las veleidades, de lo realmente importante: que estamos ante una jueza implacable y minuciosa, que lleva a cabo su misión con mano de hierro. Temblad, temblad, malditos !!!!!

Y, para terminar, me pregunto, ¿será un problema de timidez la actitud inusualmente reservada y discreta de la jueza Alaya?  ¿Habría que buscar la génesis de su talante en una postura de autodefensa ante el acoso mediático de los medios de comunicación? ¿O más bien la causa puede descansar en la dolencia crónica que padece y que le contrae el gesto? Es difícil el diagnóstico, pero en cualquier caso, yo me pongo abiertamente de su parte, porque cuando una mujer tan especial está en el ojo del huracán, tanto lo que haga como lo que omita será motivo de críticas y comentarios. Y si entramos en el matiz rosa que siempre caldea el ambiente, las observaciones se afilan y las opiniones sobre su imagen y su vestuario pueden rozar el muy poco recomendable terreno machista e hiriente. ¿Dónde está escrito que una jueza tenga que vestir aburridos y masculinos trajes de chaqueta, reminiscencias de una época en la que un atuendo alternativo para una profesional de las leyes se asimilaba al descrédito y la incompetencia? Vanidad o no, a todas las mujeres nos gusta la moda y no se entiende que una mujer con un currículum envidiable, brillante y eficaz en su vida personal y profesional, tenga que justificar la razón por la que se maquilla o por qué le gusta vestirse elegantemente. Una situación de poder o influencia no aporta belleza a nadie que no la posea de antemano y, en ningún caso, el éxito profesional, sea en el campo que sea, ha de ser excluyente de la feminidad.

Mercedes Alaya, icono de la equidad, paladín de las causas justas, árbritra de la elegancia.... Somos muchos los que confiamos en su ecuanimidad y esperamos sentencias cabales, para recuperar la fe en uno de los tres pilares sobre los que descansa el Estado de Derecho, víctima tantas veces de la incompetencia y el sesgo político que aqueja a los magistrados.

Una vez más, en esta hora bruja en la que el cielo, ahora despejado tras un día de chubascos dispersos, se plaga de un variado elenco de cuerpos celestes, me despido deseando a todos un feliz descanso y a la jueza Alaya el sueño reparador necesario para enfrentar el nuevo día.



PD.- Con la misma determinación que Mercedes Alaya golpea con su mazo, he utilizado en todo momento el sustantivo femenino singular J U E Z A, con el fin de llamar la atención sobre la necesidad de modificar nuestro lenguaje para adaptarlo a los nuevos tiempos. Si uno consulta el diccionario de la RAE, leerá:  "Jueza: 1. f. Mujer que desempeña el cargo de juez, y 2. f. coloq. p. us. Mujer del juez."

¡¡¡YA NOS VALE !!!!!!