Supone un gran placer retomar mi actividad como bloggera, tras una temporada alejada de tan añorado espacio personal e intransferible, por razones totalmente ajenas a mi voluntad. Es una cuestión de incapacidad manifiesta para sacar a las veinticuatro horas que indefectiblemente tiene cada día más rentabilidad de la que mis facultades físicas e intelectuales me permiten. ¡Ojalá la cadencia temporal acompasada sea finalmente la tónica habitual que reine en este ámbito en el futuro inmediato!
Y quién mejor para protagonizar el primer capítulo de la nueva temporada que una dama especial, una hembra de los pies a la cabeza, a la que admiramos muchísimas mujeres y un buen número de hombres. Su nombre: Mercedes Alaya. Su profesión: Magistrada titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla, desde hace trece años. Su hazaña: Poner contra las cuerdas a una patulea de corruptos y sinvergüenzas, deshonestos e inmorales, politicuchos rufianes y perdularios, sindicalistas de dudosa catadura moral, testaferros indecentes y codiciosos, un atajo de primos, sobrinos y cuñados aún más granujas y fulleros que sus parientes titulares, intermediarios y agentes de mediación laboral cuya carencia absoluta de pudor y principios éticos les exhibe abiertamente atacados de una avariciasis resistente a cualquier tratamiento que no sea una temporada a la sombra. Pero como si de la Vengadora Justiciera se tratara, ahí está la togada sevillana para impartir justicia que es, en definitiva, la misión irrenunciable de todo juez.
Si la gesta la firmara un hombre, probablemente yo no estaría escribiendo esta reflexión, porque a un varón el coraje y la determinación, como el valor en el Ejército, se le suponen, pero da la casualidad que hablamos de una mujer. ¡Acabáramos ! Entonces, el terreno en el que nos movemos cambia sus parámetros por completo. Pero si encima se trata de una dama brillante, valiente, imparcial, perfeccionista y guapa a rabiar, el desconcierto es rotundo y el estupor convierte a esta dignísima señora en una rara avis más fotografiada que las habituales del papel cuché.
Un equipo de seis funcionarios espera, a las 9'30h., su llegada cada día a los juzgados del Prado de San Sebastián de Sevilla. Siempre hace su aparición sola, en taxi, y porta un trolley pesadísimo que le confiere un aire de eterna viajera, en el que transporta miles de folios que examina a caballo entre su casa y el juzgado. No habla con los periodistas, apostados cada día en la puerta de la sede procesal para dispararle sus flashes sin piedad, convirtiendo en una pasarela el breve trecho que ella recorre tan bien aderezada, con mirada ausente y andar rápido y armonioso. Impertérrita, mantiene una actitud distante y reservada, que le confiere un tono misterioso y desconcertante. Muy pocos conocen su tono de voz y menos aún la han visto sonreír. Es una trabajadora incansable, tenaz, puntillosa, nada amiga de trabajar en equipo y no se casa con nadie. Su jornada no termina nunca antes de las 20'00h. Jamás sale a tomar un café, almuerza en su propio despacho, generalmente un sándwich, y cuando acaba toma otro taxi de regreso a su domicilio. Es inquisitiva, perseverante, capaz de doblegar voluntades y de prescindir de comer y de dormir todo el tiempo que haga falta.
Mercedes Alaya es de la cosecha del 63. Nació en Écija y se licenció en Derecho en 1986. Dos años después aprobó la oposición, con el número 16 de su promoción, e ingresó en el mundo de la Judicatura con tan solo 25. Su trayectoria profesional la ha llevado desde Carmona hasta Sevilla, pasando por la malagueña Fuengirola. Tiene cuatro hijos, y el primero nació durante su etapa de estudiante universitaria, cuando apenas contaba 20 años. Su imagen es delicada y frágil, pero está resultando ser flexible como un junco y dura como el granito. No la quiebra ni la neuralgia del trigémino que padece desde hace años, dolencia que la ha tenido apartada de los juzgados durante los últimos seis meses. Esta patología, que también se conoce como la "enfermedad del suicidio", es tan dolorosa que ha llevado a muchos a quitarse la vida.
A su regreso a la arena jurídica, y en tan solo cuatro días, ha dictado órdenes de registro, detenciones y citaciones con más rapidez que John Wayne en desenfundar. Doscientos agentes a sus órdenes realizaron, en el marco de la operación Heracles, trece registros simultáneos en siete provincias y practicaron una veintena de detenciones. A mayor abundamiento, la jueza se autoimpuso cumplir con un objetivo que a bote pronto parecía imposible, dado el escasísimo margen de que disponía para interrogar a los últimos detenidos por la Guardia Civil. El plazo de setenta y dos horas que establece la ley estaba a punto de expirar. ¿Qué hacer, entonces? Fácil... Alaya decidió encerrarse veinticuatro horas dentro del juzgado con todos los inculpados y, de resultas, envió a prisión de una tacada a nueve de los veintidós arrestados. A las 15'30h. del sábado la jueza firmaba el último auto de prisión y salía de las dependencias judiciales tirando de su inseparable trolley con paso firme, gafas de sol e impecablemente vestida, aunque con cierta palidez en el rostro.
"Más le vale colaborar, yo se lo recomiendo ... (De una puñetera vez)", se le escapó a Alaya durante el primer interrogatorio de Francisco Javier Guerrero. "... Y míreme a los ojos". La magistrada estaba tensa, pero, sobre todo, enfadada. Pese a su habitual templanza, la jueza llegó a golpear la mesa con el bolígrafo. En esta ocasión se mostró dura y hasta cruel -su actitud ha llegado a motivar quejas de los acusados-, pero en el interrogatorio del sábado se mostró afable y simpática con el cerebro de la trama, ante quien desplegó todos sus encantos. Pero la conversación animada y las risitas de complicidad no impidieron que Guerrero acabara entre rejas. Así es ella. No duda en versatilizar estrategias para conseguir sus propósitos.
La misión que se le ha encomendado es titánica, pero a la jueza no le faltan arrestos ni gente que le dé ánimos. Tiene miles de seguidores en Facebook y se especula con la posilidad de proponer su candidatura a la organización de los premios príncipe de Asturias para un galardón. Firme en sus instrucciones, además de los ERE, sobre su mesa del juzgado descansan las causas de Mercasevilla y la gestión del Real Betis bajo la presidencia de Ruiz de Lopera. Y, por si alguien tiene dudas sobre su determinación y coraje, ha insistido en continuar en exclusiva con las investigaciones, sin ceder a las presiones del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que le insta a aceptar la colaboración de otros jueces con el fin de acelerar las instrucciones de estas supercausas.
En fin... Hasta aquí, los hechos. Los pocos hechos que trascienden exclusivamente respecto del modus operandi de una administradora de justicia tan eficaz como enigmática, pero con un enigma premeditado y no alevoso. Durante los seis meses de convalecencia, su vida privada se ha mantenido tan impermeable como viene siendo habitual, con el solo objetivo de no distraer a la opinión pública, tan proclive a las veleidades, de lo realmente importante: que estamos ante una jueza implacable y minuciosa, que lleva a cabo su misión con mano de hierro. Temblad, temblad, malditos !!!!!
Y, para terminar, me pregunto, ¿será un problema de timidez la actitud inusualmente reservada y discreta de la jueza Alaya? ¿Habría que buscar la génesis de su talante en una postura de autodefensa ante el acoso mediático de los medios de comunicación? ¿O más bien la causa puede descansar en la dolencia crónica que padece y que le contrae el gesto? Es difícil el diagnóstico, pero en cualquier caso, yo me pongo abiertamente de su parte, porque cuando una mujer tan especial está en el ojo del huracán, tanto lo que haga como lo que omita será motivo de críticas y comentarios. Y si entramos en el matiz rosa que siempre caldea el ambiente, las observaciones se afilan y las opiniones sobre su imagen y su vestuario pueden rozar el muy poco recomendable terreno machista e hiriente. ¿Dónde está escrito que una jueza tenga que vestir aburridos y masculinos trajes de chaqueta, reminiscencias de una época en la que un atuendo alternativo para una profesional de las leyes se asimilaba al descrédito y la incompetencia? Vanidad o no, a todas las mujeres nos gusta la moda y no se entiende que una mujer con un currículum envidiable, brillante y eficaz en su vida personal y profesional, tenga que justificar la razón por la que se maquilla o por qué le gusta vestirse elegantemente. Una situación de poder o influencia no aporta belleza a nadie que no la posea de antemano y, en ningún caso, el éxito profesional, sea en el campo que sea, ha de ser excluyente de la feminidad.
Mercedes Alaya, icono de la equidad, paladín de las causas justas, árbritra de la elegancia.... Somos muchos los que confiamos en su ecuanimidad y esperamos sentencias cabales, para recuperar la fe en uno de los tres pilares sobre los que descansa el Estado de Derecho, víctima tantas veces de la incompetencia y el sesgo político que aqueja a los magistrados.
Una vez más, en esta hora bruja en la que el cielo, ahora despejado tras un día de chubascos dispersos, se plaga de un variado elenco de cuerpos celestes, me despido deseando a todos un feliz descanso y a la jueza Alaya el sueño reparador necesario para enfrentar el nuevo día.
PD.- Con la misma determinación que Mercedes Alaya golpea con su mazo, he utilizado en todo momento el sustantivo femenino singular J U E Z A, con el fin de llamar la atención sobre la necesidad de modificar nuestro lenguaje para adaptarlo a los nuevos tiempos. Si uno consulta el diccionario de la RAE, leerá: "Jueza: 1. f. Mujer que desempeña el cargo de juez, y 2. f. coloq. p. us. Mujer del juez."
¡¡¡YA NOS VALE !!!!!!
Me alegra, María Ángeles, que hayas retomado la escritura en tu blog y que nos aportes esas pinzaldas inteligentes sobre la actualidad diaria. En este caso, me sumo al apoyo a esta jueza que nos inspira confianza en un mundo más justo.
ResponderEliminarEsperamos poder seguir leyendo pronto más artículos.