martes, 13 de noviembre de 2012
La noche en que los árboles nos dejaron ver el bosque
Siempre he pensado que el otoño tiene algo mágico.Pero si nos paramos unos minutos a reflexionar sobre el origen del encantamiento, fácilmente concluiremos que los principales responsables del embrujo son los árboles. Se visten y se despojan, cambian de color, de forma, se desdoblan, se retuercen, dilatan su tronco o crecen como enhiestos surtidores de sombras y sueños.
¡Qué bonito está el jardín! o ¡En esta época del año el parque luce en todo su esplendor! Estas son frases que todos hemos dicho alguna vez al admirar la espectacularidad de los oasis urbanos, tan limitados en su extensión como en su variedad botánica. Por ello, cuando recorremos los bosques navarros de la Selva de Irati, uno de los hayedos más vastos de Europa, con una extensión superior a las 17.000 hectáreas, la fascinación desborda nuestros sentidos. Si, además, los que nos internamos en la espesura perseguimos una aventura que nos ayude a cambiar el escenario de la gran ciudad en la que vivimos atrapados, nuestra resistencia se convierte en nula ante la seducción del paisaje. Y si, por añadidura, al penetrar en el corazón del bosque, nos dejamos acariciar por el silencio, exclusivamente roto por los sonidos propios del lugar, no es de extrañar que empequeñezcamos ante la grandiosidad de la naturaleza. Y, para terminar, si en el colmo de la fortuna, la compañía en la que realizamos la peripecia es excepcional, sin esperarlo ni preverlo, sin duda, la experiencia se convierte en casi mística.
Es un placer recorrer tesoros naturales de incuestionable valor ecológico, en estado casi virgen y en el corazón del pirineo navarro. Joyas naturales como el embalse de Irabia o el paisaje kárstico de Larra, los valles de Aezkoa y Salazar, salpicados de pueblos donde parece que el tiempo se hubiera detenido. Nunca un bosque estuvo tan vivo. Transmisor de multitud de sensaciones, en las que intervienen todos los sentidos. El encuentro a solas con la naturaleza, el rumor del agua entre hayas y abetos, el frescor de ríos y arroyos, el sonido huidizo de los animales, el olor de los frutos del bosque, la suavidad del manto de musgo y hojas caducas que cubren el territorio en toda su extensión, sin ocultar los senderos por los que, sin empeño premeditado, el viajero se siente invitado a recorrer como consecuencia de su hipnótica belleza. Imágenes captadas por nuestras cámaras y teléfonos, pero, sobre todo, por nuestra retina que las depositará con mimo en la zona del cerebro donde se ubica la memoria de los recuerdos más bellos y entrañables.
No me cansaría de ensalzar cuanto la naturaleza ha puesto ante mis ojos en unos pocos días, pero hoy, por encima de las excelencias del paisaje, quiero loar a mis compañeros de aventura. Nueve personas de procedencias y edades dispares, con profesiones e intereses heterogéneos, con historias personales singulares y asimétricas, desconocidas entre sí hasta el mismo momento de iniciar el viaje. ¿Cómo se puede compartir el reducido espacio de una furgoneta con tanta camaradería y complicidad? ¿Cómo se puede ser solidario, generoso, desprendido y complaciente y anteponer el bienestar de los demás al propio con tanta facilidad, como si no costara esfuerzo? Es como si saliendo de nuestro ecosistema, abandonáramos los malos hábitos, la intolerancia, el egoísmo y la cortedad de miras y el nuevo escenario lograse sacar lo mejor que llevamos dentro. ¿Por qué entonces somos tan ingobernables? ¿Es nuestro hábitat el responsable de nuestra transformación de Jekill en Hide?
¡Gracias, compañeros! Gracias por dejarme disfrutar de los árboles sin perder de vista la perspectiva del bosque. Nada de esto hubiera sido igual sin vosotros. La belleza del paisaje se duplica cuando se comenta, la excelencia de la comida se multiplica cuando se brinda con un vino de la tierra, las veladas son inigualables cuando se ríe en buena compañía delante de un chupito de buen pacharán. Nadie mejor que vosotros sabéis de lo que hablo.
Ya nadie duda de los beneficios de caminar, que se convierte en una actividad física saludable para los que no pueden o no quieren realizar el esfuerzo que requieren otros deportes. Pero esta actividad compartida crea lazos de amistad tan esperanzadores como psíquicamente ventajosos.
Gabriel García Márquez escribió: "Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pídele al destino la fuerza y la sabiduría necesarios para saber expresarlos y demuestra a tus amigos lo mucho que te importan". Bueno, pues me importáis... y mucho, y espero que el destino, más pronto que tarde, me dé la oportunidad de demostrároslo de nuevo. Hasta entonces, seguiré haciendo camino al andar con vuestro recuerdo en mi corazón.
Buenas noches y buena suerte "Iratis". Hoy me adormeceré con el doblar repetido de las campanas de Isaba.
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