Tam, tam, tarara, tam, tam, tarara...
Start spreadin' the news,
No me cabe ninguna duda. Millones de hombres y mujeres de todos los rincones del planeta, sin importar edad ni condición, origen ni procedencia, al escuchar los primeros compases de este himno universal, melodía intemporal patrimonio de varias generaciones, nos lanzamos sin pudor a un karaoke exclusivo o compartido, para hacerle los coros a Frank Sinatra, mientras imaginamos el cinematográfico skyline de New York, aunque nunca hayamos puesto un pie en la ciudad de los rascacielos.
¡Qué no se habrá dicho, escrito, cantado, filmado, fotografiado acerca/a/sobre/de New York! Ser original: misión imposible. Pero no resisto la tentación, a través de unas brevísimas pinceladas, de aportar un minigrano de arena como homenaje a esta urbe única que conoce como pocas el brillo envanecido que proporciona la fama y la celebridad universales, pero también el sufrimiento colectivo y la solidaridad planetaria.
Pero esto no es una guía turística; nada más lejos. En mi ánimo alberga el objetivo en exclusiva de compartir con quien se acerque a esta página, una reflexión personal, un rompecabezas de emociones urbanas, de percepciones sensitivas y retazos de continuas sorpresas que han dejado profunda huella en mi alma de viajera.
New York es la capital del mundo, la ciudad que nunca se acaba, la comunidad que jamás duerme, la urbe donde nadie es extranjero, la Babel moderna donde se hablan todas las lenguas, la METRÓPOLIS con mayúsculas....
Aterricé en el JFK una calurosa y húmeda tarde del mes de julio, en esa hora crepuscular en que no es de día ni de noche, en esos minutos mágicos en los que parecen reinar la crisis y el silencio contenido y las siluetas de las torres neoyorquinas adquieren un aura fantasmagórica. Es la derrota diaria del astro solar en favor de las luces de neón que resucitan a los moribundos edificios, duplicando, a través de su reflejo en los ríos, un escenario más urbano, colorista y escarpado que nunca. Mi primera imagen de los barrios periféricos, deformada tras los cristales tintados de una limusina blanca, me transportó a las más emblemáticas producciones hollywoodienses, entre las bambalinas patrióticas que se derivan de la exaltación americana previa a las celebraciones de su fiesta nacional. Primera conclusión: la realidad superaba con creces los mitos legendarios y las íntimas fantasías.
... Y, por fin..., Manhattan, la "isla de las colinas", el "territorio comanche"de mi admirado Woody Allen. Mis primeros días en la isla estuvieron marcados por una recurrente y vespertina dislocación del cuello con desazón en las vértebras cervicales, debido a las horas diarias que me pasaba mirando hacia arriba. No es posible hacerse una idea, hasta que no has visitado New York, de lo que supone pasear entre calles tabicadas por encumbradas edificaciones, elegantes rascacielos que parecen desafiar a todos los principios físicos y arquitectónicos. No hace mucho leí en una revista especializada que hablamos de la segunda ciudad del mundo, por detrás de Hong Kong, en número total de rascacielos, es decir, torres que superan los 300 metros de altura. Más de 5800 alminares suma la capital norteamericana, frente a la urbe china, que cuenta con una cifra superior a los 7600. Pero mi rascacielos favorito es, sin lugar a dudas, la Chrysler Tower, como también lo es para el 90% de los neoyorquinos, según encuestas. Decía la escritora estadounidense, de origen ruso, Ayn Rand que "la línea del horizonte de New Yok es un monumento al esplendor, al que pirámides o palacios jamás podrán igualar, ni siquiera aproximarse"... Y yo estoy de acuerdo.
Manhattan me enseñó a captar el mundo a través de los puntos cardinales, algo que mis entendederas, ausentes perpetuas del más básico sentido de la orientación, jamás habían sido capaces de interpretar. La Quinta Avenida es como el eje de un ecosistema endogámico que reparte el sol en dos vertientes, y hay que introducirse en el corazón de la vida cotidiana de la isla para certificar las peculiaridades que componen los perfiles que definen a los habitantes de ambos lados de la ciudad, en función de la incidencia del astro solar sobre ellos. Los vecinos del Upper East son blancos y ricos, conservadores e incluso pijos en su generalidad, escaparates viandantes de esa pátina invisible característica de la gente guapa y con posibles. Basta con pasear una tarde por Lexington, Madison o Park Avenue para comprobarlo. Y no digamos si se nos ocurre franquear la entrada de cualquiera de las tiendas de firma del East Side, catedrales de la moda en las que los dependientes saludan con una reverencia y hay tan pocos clientes en su interior, que es imposible pasar desapercibido y curiosear a tus anchas. Sin embargo, el Upper West, que ocupa la mitad oeste de la isla, es populosa, bulliciosa, menos cool y más hipster, cosmopolita y variopinta, demócrata y progresista, con una población de color numerosa y un cóctel social y económico de nutridos y heterogéneos ingredientes, que atesora el alma idiosincrásica de la ciudad.
Qué decir de su catálogo de museos y galerías, de su oferta gastronómica, de sus bibliotecas y librerías, del clasicismo del Lincold Center o la contemporaneidad de los musicales de Broadway, de sus taxis amarillos y sus cronométricos semáforos, de la Grand Central Station y su subway de celuloide, de su Departamento de policía o sus brigadas de bomberos, de sus músicos de Harlem y sus legendarias basket stars del Bronx, de la sobrecogedora Ground Zero o de la Freedom Statue y sus remembranzas migratorias... New York es un colage hiperactivo, donde su ritmo endiablado no deja que nada se pare.
Y, para terminar, aunque apenas he comenzado, no me puedo sustraer a la tentación de hacer una mención expresa al emblemático Central Park, oasis de increíble belleza natural y prodigio del paisajismo de vanguardia, que duplica a Mónaco en tamaño y multiplica por ocho a la Ciudad del Vaticano. El "patio" de todos los neoyorquinos; ese bosque, común y propio a la vez, donde se come, se practica deporte, las parejas se declaran su amor, se pronuncian discursos y se cometen crímenes, meta de maratones y paradigma de la cultura urbana, donde es impensable la convocatoria de una manifestación sobre su atildado césped y sus primorosos parterres.
Conquistar New York en una visita es poco menos que imposible, sobre todo, porque nosotros seremos los conquistados. Pero yo sé que volveré; en algún momento de mi vida, cuando haya pasado el tiempo y la nebulosa de la memoria no logre refrescar con agilidad las sensaciones de espontaneidad, vanguardia y vitalidad que transmite esta ciudad ruidosa, dinámica y bullebulle como ningún otro lugar de la tierra. Esta isla colonial y salvaje que se especializó en el comercio de pieles cuando, en 1626, Peter Minuit, gobernador de la compañía holandesa de las Indias occidentales les compró Manhattan a los indios autóctonos, por 24 dólares, y la bautizó como Nueva Ámsterdam.
Federico García Lorca, poeta en New York, escribió con una pluma inyectada de melancolía y negativismo:
"La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada..."
Pero yo prefiero la comparación de New York con la Roma del Imperio, alegoría de John Lennon, o la agradable sorpresa de Maddona, cuando declara adorar la manera en que los neoyorquinos abordan a la gente en plena calle, o la admiración inconmensurable de Le Corbusier por esta ciudad de la que pensó "cien veces que era una catástrofe y otras cien, que era una hermosa catástrofe".
I love NYC, y volveré... Porque como dijo su exalcalde Rudy Giulani: "New York seguirá ahí. Mañana y siempre".
... In old New York,
and if I can make it there,
I'm gonna make it anywhere
It's up to you,
New York, New York ...
Felices sueños Manhattan, buenas noches New York !!!!
Cuando los caprichosos hados del destino nos sean propicios, volveremos a vernos.
Aterricé en el JFK una calurosa y húmeda tarde del mes de julio, en esa hora crepuscular en que no es de día ni de noche, en esos minutos mágicos en los que parecen reinar la crisis y el silencio contenido y las siluetas de las torres neoyorquinas adquieren un aura fantasmagórica. Es la derrota diaria del astro solar en favor de las luces de neón que resucitan a los moribundos edificios, duplicando, a través de su reflejo en los ríos, un escenario más urbano, colorista y escarpado que nunca. Mi primera imagen de los barrios periféricos, deformada tras los cristales tintados de una limusina blanca, me transportó a las más emblemáticas producciones hollywoodienses, entre las bambalinas patrióticas que se derivan de la exaltación americana previa a las celebraciones de su fiesta nacional. Primera conclusión: la realidad superaba con creces los mitos legendarios y las íntimas fantasías.
... Y, por fin..., Manhattan, la "isla de las colinas", el "territorio comanche"de mi admirado Woody Allen. Mis primeros días en la isla estuvieron marcados por una recurrente y vespertina dislocación del cuello con desazón en las vértebras cervicales, debido a las horas diarias que me pasaba mirando hacia arriba. No es posible hacerse una idea, hasta que no has visitado New York, de lo que supone pasear entre calles tabicadas por encumbradas edificaciones, elegantes rascacielos que parecen desafiar a todos los principios físicos y arquitectónicos. No hace mucho leí en una revista especializada que hablamos de la segunda ciudad del mundo, por detrás de Hong Kong, en número total de rascacielos, es decir, torres que superan los 300 metros de altura. Más de 5800 alminares suma la capital norteamericana, frente a la urbe china, que cuenta con una cifra superior a los 7600. Pero mi rascacielos favorito es, sin lugar a dudas, la Chrysler Tower, como también lo es para el 90% de los neoyorquinos, según encuestas. Decía la escritora estadounidense, de origen ruso, Ayn Rand que "la línea del horizonte de New Yok es un monumento al esplendor, al que pirámides o palacios jamás podrán igualar, ni siquiera aproximarse"... Y yo estoy de acuerdo.
Manhattan me enseñó a captar el mundo a través de los puntos cardinales, algo que mis entendederas, ausentes perpetuas del más básico sentido de la orientación, jamás habían sido capaces de interpretar. La Quinta Avenida es como el eje de un ecosistema endogámico que reparte el sol en dos vertientes, y hay que introducirse en el corazón de la vida cotidiana de la isla para certificar las peculiaridades que componen los perfiles que definen a los habitantes de ambos lados de la ciudad, en función de la incidencia del astro solar sobre ellos. Los vecinos del Upper East son blancos y ricos, conservadores e incluso pijos en su generalidad, escaparates viandantes de esa pátina invisible característica de la gente guapa y con posibles. Basta con pasear una tarde por Lexington, Madison o Park Avenue para comprobarlo. Y no digamos si se nos ocurre franquear la entrada de cualquiera de las tiendas de firma del East Side, catedrales de la moda en las que los dependientes saludan con una reverencia y hay tan pocos clientes en su interior, que es imposible pasar desapercibido y curiosear a tus anchas. Sin embargo, el Upper West, que ocupa la mitad oeste de la isla, es populosa, bulliciosa, menos cool y más hipster, cosmopolita y variopinta, demócrata y progresista, con una población de color numerosa y un cóctel social y económico de nutridos y heterogéneos ingredientes, que atesora el alma idiosincrásica de la ciudad.
Qué decir de su catálogo de museos y galerías, de su oferta gastronómica, de sus bibliotecas y librerías, del clasicismo del Lincold Center o la contemporaneidad de los musicales de Broadway, de sus taxis amarillos y sus cronométricos semáforos, de la Grand Central Station y su subway de celuloide, de su Departamento de policía o sus brigadas de bomberos, de sus músicos de Harlem y sus legendarias basket stars del Bronx, de la sobrecogedora Ground Zero o de la Freedom Statue y sus remembranzas migratorias... New York es un colage hiperactivo, donde su ritmo endiablado no deja que nada se pare.
Y, para terminar, aunque apenas he comenzado, no me puedo sustraer a la tentación de hacer una mención expresa al emblemático Central Park, oasis de increíble belleza natural y prodigio del paisajismo de vanguardia, que duplica a Mónaco en tamaño y multiplica por ocho a la Ciudad del Vaticano. El "patio" de todos los neoyorquinos; ese bosque, común y propio a la vez, donde se come, se practica deporte, las parejas se declaran su amor, se pronuncian discursos y se cometen crímenes, meta de maratones y paradigma de la cultura urbana, donde es impensable la convocatoria de una manifestación sobre su atildado césped y sus primorosos parterres.
Conquistar New York en una visita es poco menos que imposible, sobre todo, porque nosotros seremos los conquistados. Pero yo sé que volveré; en algún momento de mi vida, cuando haya pasado el tiempo y la nebulosa de la memoria no logre refrescar con agilidad las sensaciones de espontaneidad, vanguardia y vitalidad que transmite esta ciudad ruidosa, dinámica y bullebulle como ningún otro lugar de la tierra. Esta isla colonial y salvaje que se especializó en el comercio de pieles cuando, en 1626, Peter Minuit, gobernador de la compañía holandesa de las Indias occidentales les compró Manhattan a los indios autóctonos, por 24 dólares, y la bautizó como Nueva Ámsterdam.
Federico García Lorca, poeta en New York, escribió con una pluma inyectada de melancolía y negativismo:
"La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada..."
Pero yo prefiero la comparación de New York con la Roma del Imperio, alegoría de John Lennon, o la agradable sorpresa de Maddona, cuando declara adorar la manera en que los neoyorquinos abordan a la gente en plena calle, o la admiración inconmensurable de Le Corbusier por esta ciudad de la que pensó "cien veces que era una catástrofe y otras cien, que era una hermosa catástrofe".
I love NYC, y volveré... Porque como dijo su exalcalde Rudy Giulani: "New York seguirá ahí. Mañana y siempre".
... In old New York,
and if I can make it there,
I'm gonna make it anywhere
It's up to you,
New York, New York ...
Felices sueños Manhattan, buenas noches New York !!!!
Cuando los caprichosos hados del destino nos sean propicios, volveremos a vernos.
Me adhiero a todos tus comentarios.Yo sentí lo mismo, fui desganado porque yo soy de piedra vieja y vine encantado de la libertad que se respira en esta ciudad y de la personalidad que tiene
ResponderEliminar