Hace pocas semanas, los ciudadanos de Cataluña, como los de Madrid, Sevilla o Zaragoza, tomaban las calles de sus principales urbes para protestar por los recortes y los ajustes de los Gobiernos nacional y autonómico, indignados por el retroceso en el estado del bienestar que todo ello supone. Hasta ahí, todos de acuerdo... Pero, hete aquí, que en cuestión de días el panorama cambia por completo y las manifestaciones populares, sorprendentemente más numerosas que nunca, concentran sus esfuerzos en clamar por una independencia para Cataluña, en el convencimiento de que la pertenencia a España es el origen de todos sus males. Pero si la adhesión a la independencia puede pasar en tan poco tiempo del 20 al 50%, también puede desinflarse con la misma rapidez, en cuanto las dificultades de la vida real, incluyendo las que encontrará con toda seguridad el proyecto soberanista de Artur Mas, nublen el actual clima de exaltación patriótica de Cataluña.
No cabe duda de que el laberinto político catalán se pierde por los vericuetos del lenguaje autonomista, soberanista, federalista o independentista. O en el juego de palabras que habitualmente utilizan los políticos de todo signo: consulta, referéndum, soberanía, autodeterminación, indepedencia, estatuto, Estado autonómico, federal, unitario o libre asociado. Es el juego de los matices y de la ambigüedad.
Artur Mas sabe que para continuar con su plan soberanista no le basta con el 51% de los votos. Necesita una mayoría reforzada, cualitativa y cuantitativamente. Esto implicaría sumar para la causa a los votantes partidarios del derecho a decidir, aunque no lo sean de la separación. ¿No es llamativo que haya casi 30 puntos de distancia entre el 84% que quiere un referéndum de autodeterminación y un 55% que votaría a favor de la indepedencia? ¿Y esto que quiere decir? Pues que es absolutamente imprescindible que el PSC consiga mantener su segundo puesto en las elecciones del próximo mes de noviembre, con el fin de armonizar una solución federalista más integradora con otra rotundamente secesionista.
Es cierto que tras la caída del muro lo que se consideraba imposible, la creación de nuevos Estados, ha dejado de serlo en determinados territorios y circunstancias. Pero lo que hay que demostrar en cada caso es si hablamos del mejor desenlace para la película. En general, en países democráticos y sociedades plurales, hay soluciones más satisfactorias que la separación. En Cataluña, incluso en este momento de apoteosis, solo un 34% está a favor de un Estado independiente, mientras el 53'1% de los catalanes prefiere una relación con España de tipo autonómico o federal, según encuestas del pasado mes de septiembre. Podemos, entonces, deducir que más que un SÍ es un POR QUÉ NO, motivado en esencia por la crisis económica. Esto vale especialmente para los jóvenes que, en paro y sin expectativas, están más abiertos a un cambio de escenario; a ver qué pasa. Entonces, ¿cuándo la recuperación económica se produzca, puede cambiar esa actitud? Puede que sí. Pero puede también que, para entonces, se haya traspasado algún que otro límite con difícil vuelta atrás. No hay que olvidar que cinco referéndums sobre el tema de la autodeterminación con resultado negativo no serían definitivos, pero uno solo a favor, sí lo sería.
Mas, convertido en el Ben-Hur que liberará a su pueblo de la opresión y la esclavitud, asegura que de prosperar su proyecto, no sería "un adiós a España". Por el contrario, en caso de que Cataluña tenga un Estado propio "no se daría la espalda al Estado español, sino que con la nueva situación se encontraría en pie de igualdad, y cuando eso llegue las cosas irán mejor para Cataluña".
En el lado opuesto, otros presidentes autonómicos se afanan en resaltar la importancia de la "unidad de España", en estos momentos en los que el rescate europeo parece inminente y, por su parte, el empresariado catalán, reacio a este tipo de aventuras, se muestra intranquilo ante una eventual consulta soberanista. Algunas voces de la propia Generalitat se esfuerzan en recordar que todo este poceso no debe acabar necesariamente en la independencia, sino que se puede "frenar" en puntos intermedios, que para eso se inventaron los trajes a medida.
Pero Artur Mas es como el rayo que no cesa y declara, sin pudor, que pedirá al Gobierno la celebración de un referéndum y que, si este se opone, buscará la "comprensión de la comunidad internacional" . Asegura estar dispuesto a entrevistarse con Gobiernos europeos en busca de apoyos, así como a utilizar diferentes "marcos legales" según convenga: "No solo están las leyes españolas, sino también la legislación internacional". Los nacionalistas confían en que, llegado el caso, la comunidad internacional presionará al Gobierno español para que arbritre un tipo de consulta, como sucedió en Quebec o Montenegro, o como se llevará a cabo próximamente en Escocia.
De todo lo expuesto hasta aquí, lo que podemos deducir sin temor a equivocarnos es que las cuestiones relativas a la nacionalidad son inevitablemente conflictivas. Según la teoría del profesor de Filosofía Francisco de Borja Santamaría, “las reclamaciones nacionalistas constituyen un tipo de reivindicación no sujeto a razón y justicia y, por tanto, no puede presentarse sino de modo conflictivo. Al tratarse de cuestiones que no admiten una solución conforme a lo que es justo, sólo pueden dirimirse bien por un acuerdo de voluntades, bien por la imposición de una voluntad sobre otra. Pero la negociación o la lucha entre voluntades enfrentadas, cuando el conflicto carece de solución racional, lleva dentro el gusano de la discordia”. Por eso, plantear debates sobre nacionalidades, apelando a derechos intrínsecos, no es otra cosa que retórica y una maniobra para esconder las verdaderas razones que se mueven en el terreno de los intereses, en este caso, claramente electoralistas.
La noche menos pensada, nuestro país puede cambiar su aspecto, ese que conocemos desde generaciones y con el que todos los españoles nos sentimos identificados. Tal vez España, en el futuro, no estará separada de Francia por los Pirineos, sino por otro país, otra nación para la que nunca hubo que viajar con pasaporte. En cualquier caso, los demás seguiremos con nuestras vidas y yo, siempre que reflexiono sobre el tema, acabo diciendo lo mismo: Si los catalanes quieren ser independientes, que se vayan de casa de sus padres. Pero no vale traer la colada los martes y jueves, ni descolgarse los domingos con el fin de llevarse los "taper" para toda la semana.
En fin, después de una etapa alejada de este foro por razones totalmente ajenas a mi voluntad, es un placer recuperar tan entrañable marco de reflexión e intercambio, en el que me siento especialmente cómoda y del que estoy muy satisfecha.
Bona nit, Catalunya.
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