jueves, 26 de julio de 2012

Una noche de duelo y nostalgia.

Es ley de vida. Se nos mueren los padres y nos vamos quedando huérfanos. Hoy le ha tocado a otro de los siete progenitores de la Constitución española. Gregorio Peces-Barba es el cuarto que desaparece, tras la muerte de Gabriel Cisneros, 2007, Jordi Solé Tura, 2009 y Manuel Fraga, en enero de este mismo año. Los tres restantes son Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Miquel Roca. Juntos encarnaron a los "Siete Magníficos", cuya misión se convirtió en la más delicada del momento político que vivía España a finales de los setenta: redactar una Carta Magna, que nos acogiera a todos como garantía de convivencia y tolerancia, convirtiendo a nuestro país, por fin, en libre, democrático y moderno. Un instrumento que posibilitara la Transición diseñada por Adolfo Suárez y Su Majestad el Rey. Son muchas las voces que hoy se alzan pidiendo una reforma urgente de nuestra Ley de leyes para adecuarla a los nuevos tiempos y a las nuevas circunstancias. Tal vez ha llegado el momento de plantearnos esa revisión, que no mermaría en ningún caso la excelencia de un trabajo llevado a cabo por este grupo de sabios, cuyo sentido de Estado les hizo caminar por una vía de consenso y tolerancia, aparcando cualquier otra consideración disgregadora en favor de la alta misión encomendada.

Cualquier biografía de Gregorio Peces-Barba explica sus inicios como abogado durante la dictadura de Franco, su afiliación al PSOE en 1972 y su primer escaño por Valladolid en las elecciones generales de 1977, así como su aportación a la redacción de la Constitución española de 1978. Como consecuencia del aplastante triunfo del Partido Socialista en los comicios de 1982, fue elegido presidente del Congreso de los Diputados por 338 votos a favor, ocho en blanco y ninguno en contra. Tras dejar la presidencia de la Cámara, regresó a su cátedra y en 1990 inició una larga etapa profesional como Rector de la Universidad Carlos III, cargo que ocupó hasta 2007. Son muchos los doctorados "honoris causa" que figuran en su biografía e innumerables las distinciones y condecoraciones que le fueron otorgadas como miembro ilustre de la comunidad académica española y europea.

Con ser su curriculum extenso y prestigioso, no es ese el aspecto que hoy quiero destacar del señor Peces-Barba, motivada por un impulso de reconocimiento desde el puesto que ocupo en la Dirección General de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, perteneciente al Ministerio del Interior, y de la que el Alto Comisionado fue su precursor. En 2004, el presidente Rodríguez Zapatero, coincidiendo con el regreso del PSOE al poder, pensó en él para que se ocupara de la Atención a las Víctimas del Terrorismo, desde un enfoque integrador y con un plan de protección amplio que abarcara aspectos que nunca se habían contemplado hasta entonces, como el de la atención psicológica, el empleo o la asistencia jurídica. Todo parecía indicar que las Víctimas estaban en buenas manos, pero en su camino se cruzó Francisco José Alcaraz, por entonces, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), que se convirtió en el ariete del Partido Popular contra la política antiterrorista del Gobierno socialista, llegando a acusar a su presidente de ser cómplice de ETA y traicionar a las víctimas.

Las manipulaciones de la AVT de Alcaraz se hacían más evidentes en proporción directa con el escaso número de víctimas de ETA durante esa etapa y el mayor número de veces que las Fuerzas de la Seguridad del Estado desarticularon comandos y descabezaron a la banda terrorista, mientras pretendían convertir a Peces-Barba en un instrumento al servicio del maquiavélico plan de Zapatero y su denostado proceso de paz. Me consta que don Gregorio hizo cuanto pudo para que las organizaciones de afectados desvincularan sus objetivos de intereses partidistas, pero no lo consiguió. Un hombre de su talla y sus cualidades desperdiciaba su talento intentando restablecer una comunicación rota intencionadamente, a la vez que empeñaba su prestigio personal en una negociación para mejorar unas relaciones entre diversas facciones, con síntomas de fracaso anticipado. Se le acusó de ser "amigo de ETA" y "cómplice de las actividades de la banda". Ante tales imputaciones y, aunque contaba con el respaldo incondicional del presidente del Gobierno, Peces-Barba presentó su dimisión.


Es un día triste para muchos españoles. Perdemos a un prócer de la patria, a un catedrático insigne y a uno de esos hombres que atesoran el sustrato de la sabiduría y la experiencia de las que debe beber un país ante sus encrucijadas. España pierde a un hombre de bien, a un verdadero patriota experto en consensos y acuerdos, que anteponía el bien común por encima de ideas e intereses particulares. Pero las víctimas del terrorismo pierden hoy al que fue su valedor, a un hombre que puso los cimientos de la protección integral de la que hoy gozan los que sufrieron en primera persona el azote del terrorismo y sus familias. Su estela ha permitido profundizar en el único objetivo que, dada la responsabilidad añadida del colectivo con el que trabajamos, debe regir nuestra actuación como servidores públicos: mejorar la situación de las víctimas del terrorismo, cuyo papel será fundamental en el futuro para la construcción de una sociedad libre y democrática. Por mi parte, tengo muy presente cada día mi doble función a su servicio: salvaguardar su memoria y facilitarles cuanta ayuda y apoyo necesiten para que la vida de los que injustamente han sufrido la lacra del terrorismo sea mejor. Se trata no sólo de un deber, sino de un acto de autoexigencia personal...



El destino ha querido que Gregorio Peces-Barba falleciera el mismo día en que se conmemora el veinte aniversario de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Nuevo motivo de nostalgia para los que vivimos aquellos años en los que los españoles nos estusiasmábamos con los retos compartidos y no parecía que nuestros sueños tuvieran techo. Tal vez don Gregorio  ha elegido este día para surcar el cielo en una parábola como hace veinte años la flecha de nuestro arquero olímpico encendió majestuosamente el pebetero con el que daban comienzo los XXV Juegos Olímpicos de la era moderna, haciendo estallar de júbilo a toda España. Aún hoy, al contemplar de nuevo la escena, se revive la emoción.

¡Descanse en paz Magnífico y Excelentísimo Rector!

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